Dicen que dicen

Dicen que dicen que hubo una vez un hombre solo en una casa vacía.
La casa estaba vacía de sentimientos, vacía de amores reales, vacía de arte, vacía de pasiones, hasta vacía de muebles.
La naturaleza vacía de la casa hacía que el hombre se sintiera igual. Entonces compró muchos muebles, hasta que ya no quedó ni una pared libre. Pero no fue suficiente.
Entonces empezó a pintar, aprendió a esculpir y perfeccionó sus dibujos. Pero no fue suficiente.
Empezó a alejarse de su casa e intentó llenar su corazón con vivencias ajenas y al volver a su casa las plasmaba en palabras en sus paredes vacías. Pero no fue suficiente.
Lleno de tristeza empezó a leer e intentó meterse en las historias que leía, pero dentro de la casa no podía hacerlo. Así que empezó a irse a leer afuera. Primero en la vereda, luego en la esquina y finalmente en plazas, cada vez más alejadas de su casa.
Un día, mientras leía una novela de Vonnegut con la espalda apoyada contra un árbol, levantó la vista sin pensar, como llevado por un instinto, y posó su vista de lleno en el rostro de una mujer.
Como hipnotizado la vio sentarse al pie de un árbol y sacar de su bolso un libro. Cerró su libro sin dejar de mirarla, y lo guardó.
Se acercó a ella y sin saber qué decir se sentó a su lado, sacó su libro y siguió leyendo. Luego de un rato, sentados los dos sin moverse, ella se levantó y se alejó caminando despacio sin hablar y sin mirarlo.
Al día siguiente él se sentó en el mismo árbol a leer y a esperarla. A la misma hora que el día anterior llegó ella y se sentó a su lado.
Así pasaron varios días, varias semanas, hasta meses me atrevería a decir. Hasta que finalmente ella habló.
Le preguntó cuál era su nombre, qué edad tenía, qué música le gustaba escuchar, qué obras de arte le gustaban, cuáles eran sus obras de teatro preferidas...
Y respondiendo una pregunta y otra, y preguntando cada día algo diferente, y leyendo cada vez algún libro nuevo, o algún libro conocido, se conocieron.
Un día en que ambos terminaron sus libros al mismo tiempo se levantaron y juntos y sin hablar se fueron a un restaurant.
Cenaron atónitos y sin dejar de mirarse a los ojos ni un instante llegaron hasta la casa de ella.
Entre besos y café pasaron la noche y por la mañana entre mermelada y medialunas él empezó a mirar a su alrededor. La casa estaba muy llena, llena de muebles, llena de desamores, llena de palabras en sus paredes, y se sintió en casa y lleno por fin.
Ella le comentó, como al pasar, lo sola que sentía por lo general en esa casa, y lo tranquila y llena que se sentía ahora que la compartía con él.
Él le dijo entusiasmado que sentía lo mismo y, sin pensarlo, se abrigaron y caminaron hasta la casa de él.
Entraron, se sintieron bienvenidos por la casa, colgaron sus abrigos, y se prepararon para almorzar.
Pasaron días entre una casa y otra, meses y tal vez años, y nunca más se separaron.